de Arturo Rueda El Plan B
Las sucesiones, por su naturaleza contingente, siempre son azarosas. Accidentes mortales y políticos, desavenencias, estados de salud y mil un eventualidades pueden ocurrirle al delfín del presidente o gobernador en turno. Vaya, nadie tiene la vida comprada, y tampoco nadie puede asegurar que el sucesor, a pesar de la red de protección que le tiende su benefactor, pueda precipitarse al abismo. Por ello, dice Jorge G. Castañeda en La Herencia, cada proceso sucesorio, además de un ganador, tiene listo un Plan "B", un second best que pueda sustituir al delfín en caso de accidente, alejamiento y muerte física o política. Mario Marín, después de lo visto ayer en el Consejo Político Estatal del tricolor, ya tiene listo a su second best en caso de que Javier López Zavala no logre cruzar las resistencias del priísmo hacia su proyecto transexenal. Y ese Plan "B" se llama Alejandro Armenta Mier.
El second best, según la caracterización de Castañeda en La Herencia, reúne algunas características fundamentales. La primera, debe ser un personaje de toda la confianza del Presidente que, por cuestiones de edad o coyunturas políticas, no fue finalista en la sucesión. Es decir, no es un rival directo del delfín o un perdedor del proceso. Dos, el second best podría haber sido, pero no es, y por ello se convierte en una especie de enlace entre el gobierno del saliente y la campaña del entrante. Su función es acordar agendas, enviar mensajes, limar asperezas y malos entendidos. Para ello, es colocado en una posición estratégica fuera del gobierno, ya sea en la coordinación de la campaña o en la presidencia del PRI.
¿Por qué? Aquí viene la función más importante: que en caso de que el aspirante ganador sufra un accidente, una enfermedad mortal, o deba ser sustituido por alguna razón, el second best pueda convertirse en el candidato del PRI por la posibilidad de romper los seis meses fuera de cargos públicos, un candado constitucional.
Cada sucesión tuvo un Plan "B", empíricamente verificable y aceptado por los presidentes en las entrevistas de Castañeda para La Herencia. Gustavo Díaz Ordaz, cuando destapó a Luis Echeverria, designó a Alfonso Corona del Rosal como second best y lo puso al frente del CEN priísta. Cuando Díaz Ordaz pensó en enfermar a Echeverría por el minuto de silencio a los caídos del 2 de octubre en la Universidad Nicolaita.
Posteriormente, en el proceso de Luis Echeverría, éste nombro a Porfirio Muñoz Ledo como el second best de José López Portillo en la dirigencia priísta. Un sexenio más tarde, López Portillo puso al alcohólico de Pedro Ojeda Paullada como el Plan "B" de Miguel de la Madrid, y él, a su vez, colocó a Jorge de la Vega Domínguez como el "segundo mejor" de Carlos Salinas de Gortari.
La importancia de tener un Plan "B" siempre, se muestra con claridad en el trágico desenlace de la primera sucesión de Carlos Salinas. Después de construir la candidatura de Colosio a lo largo del sexenio, nunca tuvo la previsión de que algo podría ocurrirle a su favorito en plena campaña, y se olvidó de nombrarle un second best. En la dirigencia nacional tricolor se quedó Fernando Ortiz Arana nunca de la confianza absoluta del presidente- y en la coordinación de campaña Ernesto Zedillo, un tecnócrata que le debía más a Córdoba Montoya que a Salinas. Después del asesinato de Colosio, sólo Ortiz Arana y Zedillo rompían el candado constitucional, y ninguno era de su confianza plena. Casi casi tuvo que elegir a la suerte, y las consecuencias para él y el PRI fueron funestas.
Marín sabe de las complicaciones del delfinazgo encarnado en Zavala. Lo llevará al final, pero si algo ocurriera y el secretario de Desarrollo social se quedara en el camino, la estafeta sería entregada a Alejandro Armenta Mier, el second best de la sucesión marinista.
Lo gracioso es que ni Mario Montero, ni Valentín Meneses, ni Jorge Estefan son considerados como la segunda opción.
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