miércoles, 23 de enero de 2008

Egoistas

Funcionarios egoístas

    

       Esteban Moctezuma y Andrés Roemer, en “Por un gobierno de resultados” afirman –con base en teorías económicas- que para lograr una buena administración, se requieren esquemas de mercado encaminados a mejorar la productividad y la calidad de los servicios públicos.

 

Desafortunadamente en México la mayoría de las mujeres y los hombres que conducen las instituciones públicas del país han tomado en cuenta, con base en esas ideas, el postulado de que el hombre es egoísta y busca maximizar su propia utilidad; en vez de edificar una mejor administración pública desde el mérito y la vocación de servicio.

 

El estudio de la nueva economía institucional inició, con el trabajo de Armen A. Alchain denominado Private Property and Relative Cost of Tenure, a finales de la década de 1950; para 1970 los estudios empíricos y teóricos sobre esta línea de investigación habían crecido considerablemente. Desde esta perspectiva las instituciones se consideran como objetos del análisis económico, y el “beneficio personal” se impone al “servicio público” porque en el acto de corrupción el burócrata tiene un incentivo mayor que el que obtiene del cumplimiento de sus funciones.

 

El egoísmo del individuo para maximizar sus utilidades no es regla general, amén de que dicho supuesto es irreal y subjetivo al contrario del mérito o demérito que se pueden probar objetivamente.

 

Peter Senge, en “La quinta disciplina”, explica que las organizaciones se corrompen ante los juegos de política interna. Sin una visión y valores comunes que sean genuinos la gente es egoísta. Pugna por construir un clima dominado por el mérito —y no por el politiqueo— y en donde hacer lo correcto predomine. Un clima político también exige “apertura”: la norma de hablar sin rodeos sobre cuestiones de importancia (participación) y la aptitud para cuestionar continuamente el propio pensamiento (reflexión). Podemos suponer que, por encima del interés egoísta, hay fines más importantes.

 

Cuando la mayoría de la gente reflexiona sobre lo que realmente desea, descubre que algunos aspectos de su visión conciernen a su familia, comunidad, organización y, en algunos casos, al mundo. Se trata de “visiones personales” puesto que nacen de un individuo pero que trascienden su interés egoísta.

 

La mejora de los órganos administrativos no puede residir en el egoísmo sino en el mérito probado; debemos aspirar a una visión compartida entre los valores y los fines del individuo y los de una organización que permanentemente se ocupe del crecimiento personal de sus empleados (un cambio de actitud). En este sentido la perspectiva cultural supera a la económica.

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