| Tiempos de Nigromante   artrueda@laquintacolumna.com.mx | 
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| La crónica de la derrota III: las   facciones    El cese de la persecución al marinismo y el abandono del   Felipe Calderón al panismo local, causas   fundamentales de lo que ocurrirá el próximo domingo, deben enmarcarse también   en que papel que las facciones internas del PAN y el PRI   protagonizaron en la campaña electoral del 2007. Mientras los distintos   grupos tricolor supieron aparcar sus diferencias a tiempo y   construir la unidad   alrededor del triunfo en la capital y en el   Congreso del Estado, las diferencias irreconciliables   estallaron al interior del albiazul sin que nadie   tuviera la autoridad   política o moral para conciliar a los grupos que   tenían los ojos puestos en el 2010 antes que en el   2007.   Una campaña electoral, saben incluso los políticos más novatos, es un   nuevo comienzo.   Otra oportunidad de ocupar espacios y regenerar la clase política. Apremiado   por sus muy especiales circunstancias, Marín leyó perfectamente lo que   necesitaba el tricolor. En la capital, un político desligado de su famosa burbuja   -¿o ex burbuja?- y que por ningún motivo pudiera ser relacionada con el   escándalo Cacho. La razón parece obvia: fue en la Angelópolis   donde el escándalo pegó   con más fuerza y la calificación ciudadana tocó   fondo cuando sólo uno de cada tres aprobaban su forma de gobierno. Dos eran   los ases bajo la manga: Roberto Ruiz Esparza y Blanca Alcalá. El ex   futbolista, sin embargo, fue vetado por la clase política tricolor.   Marín mantuvo dudas hasta el último momento, hasta que Beatriz Paredes y   Enrique Doger se opusieron terminantemente a la   postulación.   El candidato priísta, se pensaba en ese momento, no tenía ninguna posibilidad de ganar,   Por ello, el aspirante natural, Javier López Zavala, se hizo a un lado aunque   a regañadientes. Blanca Alcalá unió a los grupos porque fue enviada a perder dignamente   y a rescatar la votación en la capital hasta donde se pudiera. Pero nadie, en   el más irracional   de los optimismos, pensó que pudiera ganar.   Al interior del estado, a pesar del forcejeo inicial entre Valentín   Meneses, Roberto Marín y el entonces secretario de Gobernación, la   designación de la mayoría de los candidatos a diputados locales se entregó a alcaldes con gestiones más o menos   exitosas, y de ahí su vinculación primordial con Javier López Zavala,   su pastor natural. Marín culminó su obra sacando de Gobernación a Zavala,   convirtiéndolo en su operador de campo. Recursos sin límite le   fueron otorgadas, pero también la operación de atraer a los priístas descontentos   y los líderes de la oposición deseosos de pactar al tricolor.   Zavala avizoró entonces la posibilidad de convertirse en el nuevo Marín,   emulando la gesta del carro completo de 1997. De ahí en   adelante, se dedicó a operar a favor de todos los   candidatos priístas, Blanca Alcalá incluida. Un acceso de protagonismo   por levantar su propia propaganda fue refrenado a tiempo.   La facción dogerista también se sumó a la   batalla. Los acuerdos entre el gobernador y el alcalde se cumplieron con la   aprobación de su segunda   cuenta pública, pero también hubo reparto del   pastel con las candidaturas de Jorge Ruiz y Pablo Fernández del Campo. La   victoria de Blanca se convirtió en la victoria del dogerismo,   y su derrota igual.   Marín cambió las reglas del juego, y en lugar de patrimonializar las candidaturas   entre sus adictos, supo mirar lejos y abrió el abanicó a todos los grupos. El   detalle importante, sin embargo, fue que nadie peleó hasta el final la   candidatura a la alcaldía porque los actores siempre tuvieron el prejuicio de   que iban a perder.   En el PAN, por el contrario, nadie pudo parar nunca la guerra de facciones.   Un connotado panista, hace unos días, me   decía que esta sorprendido por la actitud de sus compañeros. A las puertas de   la victoria   iniciaron un enfrentamiento fratricida, mientras que   hace unos años, con la derrota de frente, la unidad era férrea. En pocas   palabras: cada burro   buscó el heno por su cuenta. Y aunque hasta hoy la   culpa de endosa a Rafael Micalco, pronto las   miradas se dirigirán a Eduardo Rivera por su oportuna   desaparición. Como todo mundo sabe, los masters   en España terminan en el mes de julio, pero el ex   dirigente se perdió en el pretexto, cuando era el diseñador del plan original   para ganar el Congreso. Incluso fue postulado a diputado plurinominal   y lo será, pero hasta hoy nadie entiende por qué se hizo a un lado.   Quizá, nos dice este connotado panista, el   problema de las facciones que cada militante que ha pasado por la dirigencia   estatal de una u otra forma busca convertirse en el nuevo Pastor,   al estilo de lo que fue Paco Fraile. Todos ellos, Ana Teresa Aranda, Ángel   Alonso Díaz Caneja, Eduardo Rivera y el grupúsculo   de los Pablos que se ha apropiado del Comité   Municipal en el futuro deberán enfrentar el liderazgo emergente de Rafael Moreno Valle.   Como se ve, la disputa por la gubernatura, en el PRI y en el PAN,   estará marcada por la guerra de las facciones.   | |
miércoles, 7 de noviembre de 2007
Indulto del Chivito
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