jueves, 15 de noviembre de 2007

El PRI y el Gobierno son la misma cosa

Tiempos de Nigromante


de Arturo Rueda

artrueda@laquintacolumna.com.mx

 

 

 

La crónica de la victoria IV: elección de Estado

 

Javier López Zavala, vestido todavía de secretario de Gobernación, lo anunció antes que nadie en una reunión reportada por Lety Ánimas desde Xicotepec: en las elecciones locales, el PRI y el gobierno serían la misma cosa. El retorno, vaya, de la elección de Estado ante la falta de contrapesos e instituciones de vigilancia. ¿Y qué debíamos entender por elección de Estado? Pues el dinero público destinado a subsidiar la campaña electoral del partido. Como en los viejos tiempos. Igual que en los años dorados del priísmo, cuando era partido hegemónico, invencible. Moralmente, reprobable. Políticamente, eficaz. Ganar a cualquier costo.

 

Así que los panistas no pueden llamarse traicionados, porque fueron avisados de antemano. Y en lugar de trazar una estrategia de denuncia permanente, una guerra de fuego cruzado en la que los costos de abusar del dinero público fueran altísimos, callaron. Su ingenuidad política los llevo a pensar que sería el propio gobierno marinista quien se autocontendría en sus excesos. Hoy pagan el costo. Fueron barridos por la maquinaria del PRI-gobierno. Burócratas de alto, mediano y bajo nivel que se convirtieron en promotores del voto. Sus hijos, amigos y familiares, en promovidos-obligados a asistir a las urnas para sufragar por el tricolor. Tinacos, bolsas de cemento, lámina y un sin fin de artículos comprados con recursos del ramo 33 para combatir la pobreza fueron ofrecidos a los electores para comprar su voto.

 

En una elección de Estado, por supuesto, hay pan pero también palo. Mecanismos de control corporativo ejercidos desde el gobierno marinista. Cientos de concesionarios del transporte público y taxistas dispuestos a movilizar el voto, coaccionados precisamente con no renovar sus títulos en caso de abstenerse.

 

Funcionarios públicos obligados a promover el voto para no perder su empleo. Y un muy  largo etcétera. Donde hay un requisito impuesto por el gobierno estatal para ofrecer un servicio u obtener un contrato, hay un mecanismo de control al que siempre se recurre a la hora de pedir el voto. El caso de los radiodifusores con la autocensura a los spots preciosos es paradigmático.

 

En Puebla sí hubo una elección de Estado operada sigilosa y discretamente por el gobierno marinista. El primer actor de la confusión PRI-gobierno, Marín, dada su posición de extrema debilidad, nunca defendió públicamente a su partido. Jamás dio una declaración a favor del tricolor, pero en corto y en la oscuridad, se dedicó a pedir el voto a alcaldes, empresarios, líderes de opinión y caciques regionales. Su representante público en la operación electoral directa fue Javier López Zavala. Marín no debía aparecer en público para dar la apariencia de una normalidad democrática.

 

Rafael Micalco, como dirigente estatal, nunca tuvo la calidad moral ni el liderazgo político para denunciar con firmeza la elección de Estado antes de que los atropellaran. Como plañidera, en plena derrota aplastante, utiliza el argumento para defenderse como gato boca arriba. Llora como mujer lo que no supo defender como hombre.

 

Micalco y la mayoría de los liderazgos panistas no tuvieron calidad moral porque la historia ya probó que las elecciones de Estado, las confusiones entre gobierno y partido, no son patrimonio exclusivo del PRI. Y es que sobre el asunto tienen mucho que decir Felipe Calderón, Vicente Fox y Manuel Espino, que con una elección de Estado derrotaron a López Obrador en las presidenciales del año pasado. La estructura del gobierno federal se volcó a favor del partido. El entonces Presidente Fox, un día sí y otro también se lanzó contra el tabasqueño que enfrentó a dos rivales en la misma elección: al Presidente y al candidato Calderón. Los grandes empresarios proveedores y contratistas del gobierno federal, y sus beneficiarios de esquemas fiscales inequitativos, pagaron spots contra el perredista y violaron la ley electoral.

 

El panismo ya no tiene calidad moral para denunciar elecciones de Estado. Ellos pusieron la muestra del agandalle. No pueden quejarse hoy de lo que hicieron ayer.

 

La elección de Estado que sufrió Puebla deberá hacer que el PAN se replantee su papel como oposición complaciente y poco firme, siempre dispuesta a pactar y a legitimar a cambio de migajas. Todas las posibles instituciones de control al gobierno marinista han sido avaladas desde el panismo en el Congreso del Estado. Ellos le dieron a Marín las armas con las que iba a derrotarlos.

 

El recuento que Selene Ríos hizo en Dios en el poder no podría ser más exacto. Los panistas avalaron las peticiones de deuda multimillonaria; el nombramiento de Cándido Flores Mendoza en la CAIP y de Samuel Rangel; aceptaron detener la investigación por el escándalo Cacho; hicieron ojos ciegos en los gastos millonarios de rehabilitación de imagen; aprobaron los presupuestos y las cuentas públicas del marinismo, así como el nombramiento del nuevo titular del ORFIS y la renovación de los órganos electorales.

 

En suma, han sido una oposición blandita. Solo en los tiempos en que fueron oposición dura, cuando el PAN poblano saltó al escenario nacional de la mano de Ana Teresa Aranda, tuvieron los mejores tiempos y llegaron a gobernar, en el 2001, al 44 por ciento de los poblanos. Hoy, según el análisis de Sergio Cortés en La Jornada de Oriente, sólo gobernaran al 18 por ciento. ¿No tendrían que empezar a endurecerse?

 

 

 

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